Estaba terminando la carrera. Empecé tarde, la vena
universitaria me llegó rozando la treintena. En breve presentaría el proyecto
que pone fin a largos años de apuntes prestados, cafés interminables en la
cafetería y algún que otro amor disfrazado de compañerismo y camaradería. Vivía
aún en casa de mi madre y hacía unos seis meses había comenzado una relación. Un
compañero de trabajo. Lo que empezó siendo un tonteo por aquí, tonteo por allá,
había devengado en amor. El amor… Nada fuera de lo normal. Un día me salieron
unos bultos en la zona vaginal. Bultos e infinidad de verrugas desde la zona
genital hasta el ano.
El ginecólogo, nada más verme, lo tuvo claro. Tienes el virus del papiloma humano. Puse
los ojos como platos, ni idea de lo que era lo que me estaba diciendo más allá
de las molestias que sentía. El ginecólogo comenzó a explicarme. Se transmite
por contacto sexual (mujeres que me estáis leyendo, vacunaos ya), el porcentaje
de personas contagiadas es elevado, aunque la mayor parte de la gente infectada
no lo nota. Puede devenir en lesiones precancerosas en el cuello del útero y
finalmente en cáncer cervical. Lloraba. Mientras él hablaba yo lloraba. ¿Cómo
me había pasado eso a mí? ¿Qué había hecho para contagiarme, para que me
contagiaran? ¿Qué no había hecho? Si no hubiese mantenido relaciones sexuales…
Si no hubiese sido una fresca, una guarra. Si me hubiese contenido y no me
hubiese comportado como un tío. Que nosotras no podemos ir por ahí venga, hala…
Que luego pasa lo que pasa. Sentimientos de culpabilidad, de suciedad, de soy
una puta, de a ver cómo explico esto a mi madre, a mi pareja. ¿Qué iba a pensar
él? ¿Y mi madre? ¿Y si ha sido él quien me ha contagiado? ¿Qué tipo de
relaciones sexuales ha tenido, tiene? ¿Ha estado con otras personas en este
tiempo? ¿Se atreverá a pensar que he sido yo la que ha tenido otras compañías
sexuales en este tiempo? A partir de ahí, y por varios meses, comenzó una espiral
de encuentros y desencuentros con mi pareja, de inseguridades, de malas caras,
de desconfianzas leves, parciales, absolutas…
Mientras el ginecólogo me hablaba y yo lloraba a la
vez que pensaba y daba vueltas y me sentía culpable por absolutamente todo,
dijo unas palabras que me hicieron volver a la realidad. Quimioterapia. Dijo
quimioterapia. Escuché quimioterapia. Las voces callaron como la música de las
discotecas a las seis de la mañana. Así, de repente. Se enciende la luz y todo
se ha terminado. Todo se había terminado. Sobres de quimioterapia para extender por la zona infectada… Cada vez que tenía que ir al baño lloraba del dolor, de la
ira, de la impotencia, de la soledad… Un sentimiento de soledad que me impedía
respirar, que lo ocupaba todo, que me aniquilaba. Me sentía sola. Sola,
invadida y abandonada. Y sucia. Apestada. De un lado el mundo. El mundo entero,
incluida mi madre, mis amistades, mi pareja… De otro lado yo. Sola con mi
papiloma y mis sobres de quimioterapia. El secretismo. La vergüenza. Mirar al
suelo.
Seis meses de dolores terribles de cabeza, de no
poder levantarme de la cama, de no ir a clase… Y la maldita soledad que se
había instalado a mi lado, conmigo, en mi mismo cuarto. Y me miraba, y se reía.
Parece que con este panorama no falta nada. Sí falta.
Falta decir que unos días antes, quince o veinte, me tomé la píldora del día
después. No sangré como pone en el prospecto. Pero como a mí me viene la regla
cuando le da la gana y estaba atacada con las verrugas y los bultos y el
proyecto no le di importancia. Ya vendrá. He actuado bien. He hecho lo que
tenía que hacer. Me he tomado la píldora a tiempo.
Llevaba ya varios días con la quimioterapia en
sobres y la regla no aparecía. Quizá… ¿Y si…? Pero no puede ser. Esto está a
punto de caer, no soporto ya la hinchazón de los pechos. Será la quimio. Serán
los sobres estos. Un día y otro día… Y más días… Test de embarazo. Positivo. Positivo
desde antes de ir al ginecólogo. Positivo cuando me exploró con la cámara que introducen
por la vagina. Esa que lo ve todo. Todo…, menos mi lenteja. Estaba embarazada
de ocho semanas.
Ese en breve
presentaría el proyecto de fin de carrera llegó. Y lo presenté. Con los
sobres de quimio, con las verrugas y con la lenteja de ocho semanas. Pero de
eso me enteraría después, en un viaje relámpago a Granada que preparamos un
grupo de gente de clase. Necesitaba descansar, relajarme, dejarme querer y
recibir mimitos. Dejar sola a la soledad. Volar… Me ayudaron muchísimo. Desde aquí
quiero expresar la gratitud, la luz… También a otra amiga que no pudo venir
pero que siempre estuvo, está ahí. Aquí. Gracias.
Mi madre… Mi madre está enferma… Mi madre también
está malita… Y lloro porque mi madre, cualquier día, se irá con mi abuela, que
también se marchó dejando un vacío que aun no sé cómo llenar. Que no se va a
llenar nunca. Y caminar, y vivir cada día con ese vacío, esa ausencia. Esa pieza
del puzle que jamás podré colocar. Perdida para siempre… Mi madre supo que
estaba embarazada antes de decírselo. Haz
lo que quieras, me dijo, pero ahora
estás con la quimioterapia y quizá no sea el mejor momento para hacerme abuela.
Lo sé, y vivo en tu casa, y el trabajo no me da para independizarme, y no llevo ni
un año con mi pareja. No es el momento.
Foto: Ana Marcos |
Pedí a mi madre y mi padre que me acompañaran. Y pienso
en la suerte que tengo por que mi madre y mi padre acataran, respetaran mi
decisión sin estúpidas imposiciones basadas en fanatismos e integrismos
religiosos, en el odio más visceral a las mujeres, como ahora quiere hacer el
ministro de las injusticias. Anclar a la mujer a la biología, reducirla a un
útero esperando a ser fecundado, a la minoría de edad que ha de ser tutelada
por equipos médicos, por informes de anomalías mentales, devolvernos a una
sexualidad basada en los miedos. Miedo a todo.
Pero yo no tengo miedo. Y no voy a permitir que
nadie decida por mí.
A la mamá de Martina
Fuente: La columna |
N.B.: Quedan por escribir los sentimientos previos
a la entrada en la clínica. El despertar de aquel día, la noche inquieta. El no,
el sí. Queda por escribir la entrada en la clínica, el desnudarme y pasar a la
camilla. El después. El salir de allí. Los días posteriores y como me sentí. Quiero
escribir cómo me sentí. Pero ese es ya otro capítulo de esta historia. De esta
historia que es nuestra. De nosotras, las
que abortamos.