Siempre
llega un momento en que se debe decir basta. Basta por cuestiones de salud
mental, basta porque hasta aquí podíamos llegar, basta porque creo que estamos
llegando a un punto en el que lo excepcional se convierte en obligación, basta
porque no me gusta nada lo que veo. Encima, acabo de recibir la factura del
gasluz con más de trescientos euros (¿alguien sabe lo que me cuesta ganar 300
euros?¿Y no gastarlos en cocacola?¿Y ahorrarlos, por lo que pueda pasar, por si
pasa, porque siempre pasa?), con lo que el grado de hartura se multiplica por
mucho más que trescientos.
El otro
día, el espécimen suelta así, tan tranquilo, que a un colega suyo un tío le
regaló la play 4 por la patilla. Y que, cuando fueron a la fórmula 1, también
se lo pagó. También por la patilla. Yo estaba a otras cosas pero oído avizor. Indignado
por la suerte de su colega, fíjate… Con mirada quieta, serena e insinuante le
contesté: No me hagas hablar, que hablo.
No lo debió entender. A buen entendedor pocas palabras bastan. No pertenece a
este grupo. Ni a este, ni a muchos otros.
Un breve
inciso: este es mi blog y escribo lo que me da la gana. Podemos seguir. Y sigo.
Un día, su padre le dijo que claro, lo suyo era diferente. ¿Diferente a qué, a
quién? Otra aclaración: en esta historia nadie sufre de graves minusvalías ni
de discapacidades. Somos personas adultas y capaces. En diferentes grados y de
diferentes maneras y para diferentes asuntos, pero capaces. Sigamos.
¿Diferente, cómo? Hace algunos años tanto él como yo estuvimos en paro. Teníamos
nuestros ahorros y alguna indemnización que costó algo más que sudor y muchas,
muchas lágrimas. Pero las lágrimas sólo cuentan cuando caen de ojos de
pobrecitas. Yo no soy pobrecita, alguna vez lo he querido ser. Para ver qué se
siente, para dar penita, para yo qué sé para qué. Nunca he sido pobrecita. A mí
también se me murió la persona más importante en el mundo. Tantas palabras sin
decir. Tantísimos abrazos desnudos, abandonados en mis brazos. Tantos ojos, y
ningunos los más bonitos y más grises y más todo del mundo. Y su voz, serena,
tranquila. Lágrimas para llenar cuatro o cinco de esos embalses que legitiman
al genocida. Pero no son de pobrecita. No cuentan.
La factura del gasluz… Hubo un tiempo en que conocí el frío. Ese frío que no me dejaba dormir cuando llegaba de trabajar a la una y media de la madrugada. Ese frío que se adueñaba de las horas del reloj… Hasta que sonaba el despertador, seis horas y media después, cuando tenía que levantarme para ir al otro trabajo. Ni con esas soy pobrecita. Lo mío también debe ser distinto. Dice mi madre que todo esto me ha hecho fuerte. Por supuesto. Fuerte e intolerante a las pobrecitas.
Él y
yo en paro. No llamó para consultar cómo estábamos, por si necesitábamos algo. Ni
siquiera cuando le tocó la lotería. Ochenta mil euros del ala. Acaba de llegar
para seguir trabajando. Más de la mitad del año sale de noche y vuelve de
noche. Llueve, nieve, hiele o haga un sol de infierno. Siempre con chaqueta y
corbata. Pase lo que pase. Porque el traje reviste la autoridad y aquí, en la
capi del reino, tiene que multiplicarlo por cuatro. Que vendéis cervezas…
Cutres, panda de cutres. Pero a él nadie le quita el traje con su corbata ni
con cuarenta y seis grados a las cinco de la tarde. Él no debe ser tampoco
pobrecito.
Llega
a casa. Hace frío. Nunca enciendo la calefacción a no ser que se me congelen
los dedos frente al teclado. Nunca hasta que él llega. Enciende la calefacción,
dice, pide… Le voy a pasar a tu padre la factura del gas. La del gasluz, la del
agua, la del alquiler, el seguro del coche y hasta el numerito, la itv, la del
teléfono y la del internet. Incluso voy a contratar el canalplus, el paquete
completo, sólo para pasarle el recibo. Como a ella. A lo mejor en enero doy de
baja el plus, me dijo. Oh, qué miedito. ¿Pero de qué me estás hablando? Mi vida
cojea precisamente porque nunca he tenido canalplus. Debe ser eso. Pero ni con
estas ausencias se me considera pobrecita.
O cuando
el espécimen no fue a una entrevista de trabajo que el mismo padre de los: es
que lo tuyo es distinto, le concertó. Debe ser muy, pero que muy distinto. El mismo
espécimen que hablaba con desprecio de una mujer porque no se afeitaba las axilas.
Y se refería a ella con cara de asco y con la mano debajo del sobaco a modo de
pelánganos. Tiene pelos, como tú. A las mujeres les queda mal. Vamos a ver, espécimen,
estoy harta y cansada de tener que avergonzarme por naturalidades que habéis
convertido en antinaturales. Pero vamos, que entre tú y yo, si tienes el
arrojo, el aplomo, de exigir a las mujeres el estereotipo (la barbie), sé tú
también el estereotipo. Plis, plas. Y con esto me refiero a que midas 1.85,
tengas un cuerpo atlético, te sientas como en casa en el espacio público, que
lo domines, que controles cada situación, que ganes dinero, que no permitas que
te mantengan ni tu novia ni su padre, que vayas y vengas en tu coche, que no te desmayes al ver
una aguja, que el avión no te produzca vértigos, que folles como un semental
cuatro o cinco veces por semana, que salgas de fiestón techno sin agobios
porque esquehaymuchagente… Sólo entre tú y yo, ¿entiendes?
Esto
me recuerda a una conversación que mantuve el otro día con una pareja amiga.
¿Cuántos meses podrías vivir con 9500 euros si sólo gastases en comida?
Novecientos cincuenta, respondió él. Hemos estado en todas las guerras. Me
gusta hablar con él, siento que nos comprendemos, que sabemos de lo que estamos
hablando cuando estamos hablando. Y que el capricho del mes sean unos palitos
con pipas del mercadona, o del día o de vaya usted a saber. Luego están las
pobrecitas, las que no hacen regalos de boda porque no tienen y se inventan hastaluegos
para escurrir el bulto. Los Häagen-Dazs,
los Ben & Jerry's, los dos litros de cocacola al día, los cuando se
me acaben los ahorros le pediré a mi padre. Y el padre, con un complejazo de
culpabilidad que te cagas por vaya usted a saber, hará lo que sabemos de sobra
que hará. Pero con él no, porque él es diferente.
y que me ingresen 1100 euros en la cuenta por la patilla y gastarlos íntegros en un mes en el hipercor y el bar de la piscina. porque yo lo valgo porque soy así y porque doy pena de dos o tres colores. buenas noches, que las hay con dignidad, saber hacer y sentido de la proporción. luego está él, eslomándose, porque es diferente. mala baba... somanta hostias me ponía a repartir...que asco. en fin. buenas noches.
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