O arrieras, y empezamos de una vez a eliminar la utilización del lenguaje sexista de nuestro vocabulario. Que lo que no se nombra no existe… O sólo existe en el ámbito doméstico.
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Normal. Os entiendo total y completamente. Y normal que se generen resistencias porque no voy a llegar a casa cansado de doce horas de trabajo (remunerado, socialmente aceptado y valorado) para limpiar suelos (que paso vamos, que lo hagas tú si quieres porque no vas a contar conmigo. Que entre semana trabajo y los fines de semana son para descansar. Que no voy a hacer las cosas cuando y como tú digas. Ya está bien). Suspiro.
La historia de cada día. Lo primero debería ser reconocerlo. Reconocerse en cada excusa, en cada planteamiento machista y sexista. Reconocer que esos pensamientos, palabras, excusas, no nacen porque sí, sino que están socialmente arraigadas en el modo de ver, entender y sentir. Reconocer que a nosotras nos han educado (no hemos nacido con ese don, ni viene en los genes ni es un instinto) para que sepamos limpiar, veamos las pelusas, pensemos en sacar algo del congelador para la comida del día siguiente. Y, una vez reconocido, reconocido que no tenéis ni idea porque el mundo os ha hecho así, emprender el camino de la corresponsabilidad. Saber aceptar que no sois infalibles y que podéis aprender. Aceptar la inutilidad enseñada, la debilidad aprendida y, desde ahí, dejaros enseñar.
Porque, ¿cómo sois capaces de tener esclavizadas a las mujeres que se supone más queréis? Porque quizás no os deis cuenta. Es que no os dais cuenta. El patriarcado es muy inteligente y os educa y nos educa para que sigamos su doctrina casi a pies juntillas. Para que ni nos lo planteemos. Porque es algo natural, que viene con nosotras y no con vosotros. Porque como a mamá le gusta limpiar que es una histérica de la limpieza, a mi abuela le gusta también limpiar porque si no qué va a hacer la pobre y tú eres una tiquismiquis porque qué más da que se recoja la cocina hoy que el miércoles, que ya lo haré cuando me dé la gana. Panda de histéricas.
Pero luego, en la calle, defendéis la igualdad entre mujeres y varones. Que si una mujer vale, vale. Que las mujeres tienen derecho a salir a trabajar en el mercado laboral retribuido. Por supuesto. Que yo ayudo en casa… Ahí está la trampa, el truco. ¿Ayudas? ¿A quién ayudas? En estos tiempos el machismo tradicional está muy mal visto y perseguido. Pero los micromachismos, esas actitudes machistas encubiertas en el día a día, siguen ahí. El machismo ha mutado. Y luego somos nosotras las que gritamos, nos estresamos o enfermamos. Es necesario desenmascarar estas actitudes, estos comportamientos. Es necesario aprender, dejarse enseñar de la manera más humilde.
Hay que construir la igualdad en los hogares, repartir las tareas de manera equitativa y democrática. Saber escuchar y aceptar consejos, saber ser buenos alumnos. Es difícil porque entra en contradicción con toda la socialización que lleváis encima. Y no sólo vosotros, generación tras generación. Que una mujer os enseñe y encima que os enseñe a limpiar. Lamentable, ¿verdad? Pero es la única manera de poder hacer las cosas bien. Si no hay igualdad en los hogares no puede haber igualdad fuera de ellos. Nosotras también queremos nuestro tiempo de ocio, jugar a la consola o salir de copas. Si destinamos más del doble de tiempo a las tareas del hogar que vosotros se torna imposible. O casi.
Se trata de una cuestión de principios y de amor, cariño, respeto y confianza.
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