Fuente: cafedemar |
Despertó.
¿Qué necesidad hay, -tienes, tengo-, de este sufrimiento, de este ir cayendo?
¿Hay necesidad? ¿Lo necesitas? ¿Por qué lo necesitas? Angustia. Temor. Abandono…
Pensó.
Con tener una persona cercana que dice quererme pero en la práctica pasa
olímpicamente de mí es suficiente. Más que suficiente. Ni siquiera debería ser
así. Con tener que soportar una situación dolorosa y terrible, de soledad y
abandono, de ignorancia y exclusión hacia mi persona es suficiente. Más que
suficiente. Ni siquiera debería ser así. Al menos hasta que mamá y papá hayan
muerto… Dentro de al menos veinte años o treinta… Luego ya podré dejar de hacer
el imbécil… Pensó. Luego ya, dentro de veinte o treinta años.
Decidió.
Ni una sola muestra de cariño. Ni una sola muestra de afecto, de: Aunque ahora esté lejos y me pierda entre
las tinieblas de la tristeza, no puedo dejar de expresar mi amor. Te quiero, te
amo. Espérame por favor. Espérame. Cada estrella que he visto en mi camino me
ha recordado tu nombre, brillaba con el mismo brillo que tu sonrisa, que tus
ojos, que mi corazón al pensar en ti. Ya sé que es difícil, debe serlo, pero
por favor, espérame. Te quiero, mi sol, mi vida. Mi vida entera… Ni una
sola muestra de nada. Como la nada absoluta que lo engullía todo. Como la nada
absoluta que lo engulló todo. No hubo nombre que dar a la niña de tez blanca y
resplandeciente. No hubo nombre porque solo hubo nada. Ahora no estoy.
Voló.
Voló lejos. Emprendió de nuevo un camino, el suyo, sin ataduras, sin lastres
que ahogan, que mortifican…, sin falsas esperanzas. Con esa sonrisa a la que
bien merece dedicar una vida y sus estremecedores ojos rasgados.
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