Descripción
Para
este comentario he escogido los
titulares escritos en masculino excluyente del periódico gratuito de tirada
estatal 20 Minutos, del 16 de octubre de 2012. En la misma portada indica que
es, desde 2005, el diario de información general más leído de España.
Los
titulares son:
·
Los madrileños que
se marchan, de nuevo más que los que regresan.
·
Veintisiete detenidos
por compartir pornografía infantil.
·
Los técnicos del
FMI, en España.
·
Los detenidos en
los disturbios del Bº del Pilar declararán ante el juez.
·
Los expertos
creen que España no necesitará pedir un rescate para pagar su gran deuda de
octubre.
·
Wert tacha de “irresponsables” a los padres de alumnos por convocar una huelga.
·
Los policías de
la capital protestan ante los recortes.
·
Wert llama “irresponsables” a los padres de los alumnos por convocar la huelga
estudiantil.
·
Miles de conductores
se saltan la ITV para ahorrar.
Las dudas razonables
¿Acaso
no se marchan madrileñas? ¿Las madrileñas que se van, regresan? ¿La pornografía
infantil es una cosa de hombres? ¿El FMI no contrata técnicas? ¿En el Barrio
del Pilar la policía sólo detuvo a
varones? Si la persona ante la que declararán fuese mujer, ¿lo especificaría el
titular? ¿No hay expertas? ¿Las madres y padres de las alumnas y las madres de
los alumnos no han convocado? ¿Acaso las policías están contentas con los
recortes? ¿Sólo los conductores tienen problemas económicos?
El patriarcado hecho palabra o el
masculino excluyente
¿Qué
es el masculino genérico? ¿Es genérico? En caso afirmativo, ¿genérico de qué? ¿Qué genera? La
RAE, institución patriarcal[1], lo
tiene claro cuando se pronuncia sobre el tema: “En
los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso
genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos
de la especie, sin distinción de sexos: Todos
los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto. La actual tendencia
al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y
femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones
extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan
dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la
redacción y lectura de los textos.
El uso genérico del masculino se basa en su condición de
término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto
emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia
del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de
referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de
alumnos varones”.
Ya hemos visto que la Real Academia de la Lengua Española
ni siquiera menciona el uso de neutros como, por ejemplo el alumnado, para la
frase con la que concluye su argumentación. O más bien con la que sentencia. Es
la única forma correcta, aunque haya más alumnas que alumnos, punto. Aunque
solo haya alumnas. En lo que respecta a la última pregunta planteada, genera
invisibilidad y exclusión. Lo que no se dice no existe, lo que no se nombra no
existe. De ahí llamarlo masculino excluyente. ¿Incluía a las mujeres la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, hija de aquella revolución
que pretendía la libertad, la igualdad y la fraternidad? ¿Por qué sintió
entonces Olympia de Gouges la necesidad de escribir la Declaración de Derechos
de la Mujer y de la Ciudadana dos años después? ¿En qué momento el masculino
pasó a llamarse masculino genérico? ¿En qué momento el masculino pasó a ser
neutro, universal y no marcado?
Teresa Meana (n.d., p.2) afirma, “no sabemos si detrás de la palabra hombre se está pretendiendo englobar
a las mujeres. Si es así, éstas quedan invisibilizadas, y si no es así, quedan
excluidas”[2].
Otras feministas escribieron, “No se olvide que el pensamiento se modela gracias
a la palabra, y que sólo existe lo que tiene nombre” Ma. Ángeles Calero y “En
un mundo donde el lenguaje y el nombrar las cosas son poder, el silencio es
opresión y violencia”, Adrianne Rich, (Pérez Cervera, 2011, p.7). Luego no es
cuestión baladí que la RAE insista tanto en no nombrarnos bajo ningún concepto.
Al no nombrarnos, nos impide el derecho a la existencia. Si no existimos, no
podemos decidir ni reivindicar…, no podemos hacer nada. Quietas, inmóviles, en
casa.
“Siguiendo el
mismo camino, en la epistemología corriente, en la organización
dominante del conocimiento, las mujeres hemos quedado fuera. Porque,
tradicionalmente, el sujeto del pensamiento, del discurso, de la historia es un
ser masculino que se declara universal, que se proclama representante de toda
la humanidad. Según el pensamiento de la diferencia sexual, el sujeto del
conocimiento no sería un ser neutro universal, sino sexuado; y el conocimiento
que ese sujeto pretendidamente universal ha producido a lo largo de la
historia, seria conocimiento masculino, conocimiento en el que las mujeres no
nos reconocemos. En las sociedades patriarcales, los hombres habrían construido
su identidad masculina como única identidad posible, y nos habrían negado a las
mujeres una subjetividad propia. De ahí la condena ancestral al silencio” (Rivera,
2003, p.82).
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Vienen a mi cabeza las palabras de
la psicoanalista Alejandra Menassa, cuando me dijo: “Hablamos como pensamos. Si
quieres cambiar tu forma de hablar primero tendrás que cambiar tu forma de
pensar”. El patriarcado no puede permitir el cambio a un lenguaje donde las
mujeres seamos, ya que significaría que existimos.
¿Por
qué considero violencia simbólica el uso del masculino excluyente? Recurro de
nuevo a la definición de Bourdieu: «La violencia simbólica es esa violencia que
arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas
«expectativas colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas» (Bourdieu,
1999, p. 173, citado por Fernández, 2005, p. 7). Las sumisiones son, por
ejemplo: yo, como mujer, no me siento
discriminada por el lenguaje, mencionado antes; las creencias socialmente
inculcadas: es antinatural, innecesario, ya existe el genérico, para qué andar
volviendo las cosas del revés, siempre ha sido así…
Utilizo siempre el femenino persona,
ya que tanto mujeres como varones lo somos. Somos personas, unas con vagina,
otras con pene, otras con ambos, pero personas todas. Lenguaje inclusivo.
Nombrando, para que exista.
[1] De las
46 académicas de número que se recogen en sus estatutos, en la actualidad sólo
hay 6 mujeres: Ana María Matute, 1998; Carmen Iglesias, 2002; Margarita Salas
Falgueras, 2003; Soledad Puértolas, 2010; Inés Fernández-Ordoñez, 2011; Carme
Riera, 2012. En 1784, María Isidra de Guzmán y de la Cerda fue admitida como
académica honoraria. No volvió a haber otra fémina hasta la elección como
académica de número de Carmen Conde en 1978 (Wikipedia, n.d.).
[2] En su Por un uso no sexista de la lengua
(n.d., p.1), comienza citando: “La antigua idea de que las palabras tienen
poderes mágicos es falsa; pero esa falsedad implica la distorsión de una verdad
muy importante. Las palabras tienen un efecto mágico...aunque no en el sentido
en que suponían los magos, ni sobre los objetos que éstos trataban de hechizar.
Las palabras son mágicas por la forma en que influyen en la mente de quienes
las usan.” (Aldous Huxley)
“Las palabras se engarzan como cerezas en nuestra mente y
prefiguran muchas de nuestras ideas. En el fondo, y como decía Heidegger, no
somos nosotros quienes hablamos a través del lenguaje sino el lenguaje el que
habla a través de nosotros.” (A. García Messeguer)
“-Señora maestra, ¿Cómo se forma el femenino? -Partiendo
del masculino: la “-o” final se sustituye por la “-a”. -Señora maestra, ¿y el
masculino cómo se forma? -El masculino no se forma, existe.” (Anécdota escolar)
“-Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un
tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que quiero que diga...,ni más
ni menos. -La cuestión es –insistió Alicia- si se puede hacer que las palabras
signifiquen tantas cosas diferentes. -La cuestión –zanjó Humpty Dumpty- es
saber quién es el que manda. Eso es todo.”(“Alicia a través del espejo”, Lewis
Carrol, s. XVIII)
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