viernes, 7 de marzo de 2014

Carta abierta al Ministro de las Injusticias

Sí a ti, ese hombre que no ama a las mujeres, has conseguido lo que parecía imposible: que mujeres de toda clase y condición nos unamos, nos percibamos como hermanas. Ese concepto de sororidad desde el que las mujeres creamos alianzas y superamos las prohibiciones patriarcales de mirarnos, escucharnos, sentirnos y amarnos. Ahora somos una. Una formada de muchas, de todas, tan diversas como los rayos de sol en esta primavera que se cuela por la ventana de mi habitación. Mi habitación propia. Habitación que defiendo a capa y espada, porque es mi nido, mi yo más profundo, mis ganas de ser agua y fuego. Agua…

Foto: Ana Marcos
En este 8 de marzo de un mes proclamado como feminista de principio a fin, cuyo grito por la libertad ha surcado mares, desiertos y continentes. Y todas gritan, gritamos contra ti, ministro de las injusticias. Has conseguido que incluso el poder judicial te recuerde que el concebido no es titular de un derecho a la vida. Has hecho asegurar a personas que no van a dejar de realizar abortos a ninguna mujer que se lo pida. Has conseguido que ni cárceles, ni multas, ni pretendidas tutelas puedan cortar nuestras alas. Porque nosotras, las mujeres, somos libres. Porque nuestros derechos, los derechos de las mujeres, no nos los concedéis ni nos los arrebatáis. Nuestros derechos los hemos conquistado, os los hemos arrancado en muchas luchas que se han llevado por delante a tantas de nosotras… A nuestras abuelas, a nuestras bisabuelas, a nuestras madres. Hermanas. Porque seguimos la saga de la genealogía feminista y eso nos hace fuertes, invencibles. Y ni tú ni nadie, ministro de las injusticias, vais a conseguir callarnos.

¿Quiénes somos nosotras? Nosotras somos las hijas, las nietas y bisnietas que vuestros antepasados, vuestros líderes ideológicos, vuestros mentores, durante más de 40 años asesinaron, violaron, obligaron a la ingesta de aceite de ricino, raparon las melenas, pasearon sucias para escarnio público, torturaron, apedrearon, robaron sus hijas e hijos, sus pertenencias, encarcelaron, callaron, apagaron el brillo de sus ojos. Ojos que hablan cuando ellas callan. Yo no callo. No callo porque se lo debo a sus ojos azules. Porque sigo mi senda y no me voy a volver a apartar ni un solo centímetro nunca. Jamás.

Primero lo intentaron con un gobierno que por dos años pretendió aniquilar los pilares sobre los que se sustentaba la tricolor. Pero Asturias primero, las municipales siguientes y las generales del 36 os pararon los pies. Elecciones donde las mujeres votaron codo con codo con los varones, masivamente y sin reparos a la Libertad, a la Sororidad, a la Fraternidad y a la Igualdad. Entonces prepararon la revancha fascista que sois incapaces de reprobar.

Porque el aborto en el Estado Español fue reconocido legalmente en diciembre de 1936 por un gobierno democráticamente elegido bajo una bandera democráticamente elegida. Mi bandera. Aborto libre, sin restricciones, durante las 12 primeras semanas.

¿Quiénes sois vosotros? ¿Quién eres tú, ministro de las injusticias? Tú eres el protegido de aquel ministro franquista que ocultó y consintió la tortura de varias hermanas, incluso llegando a frivolizar y restando importancia al asunto. Ahora, ese ministro que permitió la tortura, tiene bustos en lugares que deben ser la cuna de la democracia. Bustos pagados por tu partido, heredero legítimo de vuestros antepasados. Esos a los que rendís homenajes, a los que defendéis, a los que protegéis.

Esos a los que entierran con honores, que ocupan vastos campos al este de Madrid con crucecitas blancas en perfectas y simétricas hileras, que nombran calles, que tienen placas conmemorativas, que el Vaticano beatifica como mártires… Esa Iglesia Católica que paseó bajo palio al líder de vuestros antepasados. Esa Iglesia Católica que aprobó, auspició, defendió, delató e incluso ejecutó las torturas, los asesinatos, el silencio impuesto…, de nuestras bisabuelas, abuelas, madres. Hermanas.

Ahora no nos asombramos por vuestras palabras. No nos asombramos porque exijáis al ministro de las injusticias que prohíba el aborto en cualquier caso. No nos asombramos porque conocemos nuestra historia y sabemos que ya antes de que las mujeres arrancáramos nuestro derecho al voto por voz de esa compañera grandísima, amenazabais con revanchas si se os eliminaba una sola de vuestras prerrogativas. Y como se os quitaron todas, os teníais que vengar. Y os vengasteis. Y os queréis seguir vengando.

Y en tu partido, por supuesto, también hay mujeres que no aman a las mujeres. Que te aplauden, en el más bochornoso espectáculo de la indecencia. En la más aberrante ignominia. Mujeres que se atreven a decir que el asesinado Ministerio de Igualdad igual da, en un imbécil juego de palabras. Mujeres que se atreven a asegurar que las cuotas sólo van a dejar fuera a hombres con capacidad cuando precisamente las no cuotas sólo cierran las puertas a mujeres con capacidad por aquellas maravillas del privilegio masculino. Las becarias del patriarcado…

Pero mañana, aun con estas becarias en campo enemigo, es el día de las mujeres. No quiero menospreciar la historia de este día, cuando en 1910 una gran feminista alemana  propuso que se estableciera el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Siempre lo he defendido… Hasta ahora, que percibo a las mujeres como clase social. Hace más de cincuenta años una mujer que ni por asomo se sentía discriminada como mujer ni se llamaba feminista, comentó a su pareja la idea de escribir un libro sobre sus memorias. Su pareja, varón, contestó algo así como que si había pensado en que si hubiese nacido como él, varón, la abrían educado de manera totalmente distinta. No escribió sus memorias, sino el libro referencia del feminismo desde que se publicó, allá a mediados del siglo pasado.

Mañana todo el Estado gritará contra ti, por nosotras, nuestros cuerpos y nuestras decisiones. Y en Madrid, como hace tantos años seguirá viva la llama de aquellas que lucharon por que hoy estemos vivas. Hasta la victoria. No pasaréis. Madrid será la tumba del fascismo.

A mi abuela. A mi madre, como siempre. Y a todas las mujeres que me han ayudado a escribir estas palabras.





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