viernes, 4 de julio de 2014

Crepuscular II

Escribir...

Afuera el frío arruga la ciudad
y el tiempo sólo existe para los que están
deben ser cuatrocientos años los que se van
las manos son ya ciegas de planchar un plan

Como cada martes, fue a nadar con su madre. Ya sabéis, el líquido que comparten. Era verano. Niñas y niños de vacaciones y campamentos de cuatro o cinco horas por las mañanas en el polideportivo hacían que se volviera un patio de colegio. Decenas de champiñones inundaban la piscina. Se fijó en uno de ellos, todo de rosa. Bañador rosa, gorro rosa. Vino a su mente aquel día, en el aeropuerto. Sin duda, uno de los días más maravillosos de su vida. El día en que, por fin, la trajo a casa. La trajeron a casa. Su pequeño y precioso “mon chéri.”

Sueño con escapar de este berenjenal
y el mar sólo lo vi en "de aquí a la eternidad"

Tuvo que quitarse las gafas, se le empañaron. El agua dulce de la piscina se cubrió con algunas diminutas saladas. Sonrió. Siempre sonreía. Ese día… Esa tarde… Ese maravilloso momento. Las puertas se abrieron. De un lado, ella con la pequeña en brazos. Y junto a ellas, él cargado de maletas, de bolsos, bolsas... Del otro lado mamá, papá… Su hermano… También sonreía. Y lloraba. Su primera sobrina de dos patas. Los ojos brillantes cargados de risas y esperanzas…

La encontraron dormida en una rama
la encontraron perdida en una plaza
la encontraron dormida y con el alma lejos,
volando lejos

Tiempo atrás, por una de esas casualidades que Ana la marciana esperaba sentada frente al sol de medianoche, “estoy esperando la casualidad de mi vida”, hablaron. Hablaron, primero sin hablar, con rodeos, gritos, aspavientos, desprecios, reproches, manos en alto, golpes en la mesa, en la pared, rompieron platos, se miraban con odio, con espanto, más gritos, me voy pero me quedo, el corazón latiendo deprisa, las lágrimas en la garganta que luego suben a los ojos, torrentes de lágrimas con gritos y mocos y toses y ahogos…, y más reproches y más insultos y más horror…, de repente…, sus ojos se encontraron..., y se reconocieron. ¿Con la sangre de quiénse crearon nuestros ojos? La misma sangre, los mismos ojos. Y se abrazaron. Lloraron, esta vez en paz… Había paz. Sus cuerpos se encontraron. Hablaron. Ya sonreían y se cogían de las manos. Más abrazos y besos. Lo siento, lo siento, lo siento… Mi vida, mi paz.

Asola el pensamiento la agonía de pensar
pensar en tantos valses que pude bailar
domestiqué una culpa por soñar tan mal
con príncipes que no temieran naufragar

Desde entonces se llamaban, hablaban, incluso se veían. Él viajaba casi constantemente por su trabajo. Era el mejor en su trabajo. El mejor. Le traía dulces y los tomaban con una buena taza de café mientras se contaban la vida. La vida, el trabajo, las parejas… En la terraza maravillosa del ático de dos habitaciones.

Sueño con escapar de este berenjenal
y adentro sufro sola, por no saber gritar

Fue directa a su madre, la sangre con la que se crearon sus ojos. Aquí está mamá. Siguiendo la saga de la genealogía feminista. De eso ya hablaré en otro momento. Eso hoy no importa. La puso en sus brazos. Salvo la pequeña, lloró toda la familia. Tres años de papeles, de idas, venidas y viajes, alientos y desalientos, entrevistas, formularios… Por fin estaba en casa. Para siempre. Se abrazó a él. La cubrió con sus brazos, mi vida entera. Cerró los ojos, tranquila, en su pecho de estrellas…

Tengo el presentimiento de alguna verdad
se agolpa en el recuerdo que futuro no hay
los ojos se me cierran y aún he de limpiar
mañana dulcemente tengo que acabar
de tejer el ayer, recorrer un mantel
poblado de unos niños que yo amamanté

Me puse de nuevo las gafas. Seguí nadando. Con mi madre. El líquido que compartimos.


La princesa se fue su sonrisa mostró
el cuerpo un poco mustio de zurcir tanto el amor
La encontraron dormida en una rama
la encontraron perdida en una plaza
la encontraron dormida y con el alma lejos,
volando lejos



domingo, 29 de junio de 2014

Crepuscular

Escribir…


Marta CR
Finalmente, alquilaron un precioso ático de dos habitaciones. La cocina se veía grande y espaciosa, llena de armarios donde guardar ricos ingredientes para cocinar “cosas ricas”. Le encantaba cocinar. Incluso pudo meter el sofá de una plaza que en principio, hace ya diez años, compró para leer y que su gata eligió para afilarse las uñas. Mientras cocinaba se sentaba y leía. Olía rico, el tacto de las páginas en sus dedos. La luz acariciaba su rostro como el aire a los pájaros en vuelo. También miraba el cielo, las nubes, el sol…, el aire. La cocina daba a la amplia terraza, al igual que el comedor. “Mi cocina hasta tiene un office”, decía mientras los ojos le chisporroteaban.


Desde la terraza se veían las puestas de sol. Puestas de sol que inundaban el cielo de todos los rosas, los naranjas, violetas… azules… Se podían tocar. Salía del trabajo tarde. Los viernes, al llegar a casa, él calentaba la barbacoa. Viernes noche: cena en barbacoa. Chuletitas de cordero, verduras a la parrilla, sardinas en papillote… Una buena botella de vino y a disfrutar de la tranquilidad.


Él ya le había preparado una copa de vino. Las pupilas dilatadas y el corazón casi casi como la primera vez… Un beso suave en los labios. Suave, tierno, firme. Eternidad te pondría. Un beso de “¿sabes? Te quiero y es maravilloso compartir la vida contigo”. Se fundían en uno de esos abrazos donde se detiene el tiempo, deja de existir y nadie, absolutamente nadie lo echa de menos. Donde el tiempo se hace risas, y sonrisas… y silencio. El crepitar de las brasas…

Alguna vez le daba por bailar. Despacio, pausada. Agarrada a él. Y él a ella. La cabeza en su pecho. Su pecho de estrellas… Esa canción de Ikea.


Los viernes era la primera noche del fin de semana y había que rendirle los honores que se merecía. Barbacoa y peli o series en la tremendamente maravillosa terraza. Él ya se había encargado de sacar la tele y colocar el chaiselonge tamaño “dos-que-se-quieren-mucho” con su mantita. La mantita que nunca falta. Ese momentazo manta que nunca conseguía cansarla. Y con la pareja, los bichos…


Alguna vez, paseando a mi perro, he podido escuchar su risa. Una risa ancha y amplia. Sin fisuras ni lugares oscuros. Una risa por la que bien valdría dedicar la vida… Cuando la escucho, sonrío. Reconforta saber que alguien es feliz, aunque sea por un instante. Sigo caminando hasta mi portal y subo a casa. Mi vida, mis vidas preciosas. En mi casa no hay terraza ni puedo ver los atardeceres ni brindar. Y mi cocina de pinypon no invita más que a salir pronto de ella. Es la vida.


Cada día, todos los días, paso por delante de nuestra casa al menos dos veces. Ahora ya no, que diría Lecter. Cierto, ya no es nuestra casa, nuestro hogar. No lo será nunca. Nunca más.


Y nuestro hogar camina siempre conmigo, en mi pecho, justo al lado de los ojos grises más bonitos del mundo.


jueves, 19 de junio de 2014

Little darling the smiles returning to the faces...

Here comes the sun, here comes the sunAnd I say it's all right



Escribir…

Little darling 
It's been a long cold lonely winter 
Little darling 
It feels like years since it's been here 

Dormíamos o, al menos, lo intentábamos. Una cama grande y blanca. Una nube grande y blanca donde poder relajarme. Tranquila. Sábanas blancas, edredón blanco, dos almohadas blancas y mi vestido blanco con estrellas azules. Un nido de hadas. Y pensar en nada. O en lo que me permitiesen cuerpo y mente tras un viaje inesperado cargado de risas y momentos dulces que aún hoy despiertan sonrisas en mis labios. Esas arruguitas que se forman en el contorno de los que antaño fueron unos hermosos ojos rasgados…

Little darling 
The smiles returning to the faces 
Little darling 
It seems like years since it's been clear 

Relajarse. Dieciocho horas de cama por delante. Dolor de espalda, de riñones. La vida. Y el mar. Ese olor a mar, a salitre, a caricias. El contacto con la piel. Con otra piel. El contacto suave y firme con otra piel. Los pelos de punta, la piel de gallina, las miradas que se encuentran, cómplices… (Ese momento, ese maldito y maravilloso momento.) El mar.

Here comes the sun 
Here comes the sun 
And I say, it's alright 

Seguía yo pensando en absolutamente nada cuando reparé en algo que ya no me resultaba familiar. Algo en lo que nunca antes había reparado. ¿Por qué? Quizá… Nada. Mis noches eran, son distintas. Mis sueños y mis despertares, distintos. Incluso las sábanas envolviendo mi piel, aun siendo las mismas, distintas. Y nunca hasta entonces lo había dilucidado. Inmediatamente lo eché de menos. -Cómo no echar de menos…- Y me sentí sola y triste en mi nido de hadas… Tan sólo por unos instantes. Esa habilidad mía de caer y volver a levantarme.

Little darling 
I feel that ice is slowly melting 
Little darling 
It seems like years since it's been clear 

Su respiración consiguió que durmiese como antes. Estoy segura que hasta los ojos me brillaban, ocultos de la luz en mi nido de hadas. Una respiración. Echar de menos una respiración en las noches largas, o cortas, o frías o húmedas… Una respiración lenta, pausada, tranquila… Como el mar. Sentirme en casa.

Here comes the sun 
Here comes the sun 
And I say, it's alright 

“El amor”, responde una voz cuando le comento semejante hallazgo, semejante echar de menos, semejante otra vez estamos con lo mismo pero qué le vamos a hacer, ¿verdad? Cara de pez, ¿amor? No lo veo, por más que ponga caras raras intentando escudriñar mis sentimientos. ¿Quedan aún sentimientos? Amor lo que se dice amor… no. Más caras raras. Lo que echas de menos, pequeña, es el Amor. Volvemos a hablar en el mismo idioma, los mismos códigos. A ti también te echaba de menos, mucho. Muchísimo.

Here comes the sun 
Here comes the sun 
It's alright 
It's alright

Echar de menos una respiración es amor. ¿En tanto tiempo conmigo no te has dado cuenta? El amor es amor y a quien es lo circunstancial.

It's alright...





viernes, 7 de marzo de 2014

Carta abierta al Ministro de las Injusticias

Sí a ti, ese hombre que no ama a las mujeres, has conseguido lo que parecía imposible: que mujeres de toda clase y condición nos unamos, nos percibamos como hermanas. Ese concepto de sororidad desde el que las mujeres creamos alianzas y superamos las prohibiciones patriarcales de mirarnos, escucharnos, sentirnos y amarnos. Ahora somos una. Una formada de muchas, de todas, tan diversas como los rayos de sol en esta primavera que se cuela por la ventana de mi habitación. Mi habitación propia. Habitación que defiendo a capa y espada, porque es mi nido, mi yo más profundo, mis ganas de ser agua y fuego. Agua…

Foto: Ana Marcos
En este 8 de marzo de un mes proclamado como feminista de principio a fin, cuyo grito por la libertad ha surcado mares, desiertos y continentes. Y todas gritan, gritamos contra ti, ministro de las injusticias. Has conseguido que incluso el poder judicial te recuerde que el concebido no es titular de un derecho a la vida. Has hecho asegurar a personas que no van a dejar de realizar abortos a ninguna mujer que se lo pida. Has conseguido que ni cárceles, ni multas, ni pretendidas tutelas puedan cortar nuestras alas. Porque nosotras, las mujeres, somos libres. Porque nuestros derechos, los derechos de las mujeres, no nos los concedéis ni nos los arrebatáis. Nuestros derechos los hemos conquistado, os los hemos arrancado en muchas luchas que se han llevado por delante a tantas de nosotras… A nuestras abuelas, a nuestras bisabuelas, a nuestras madres. Hermanas. Porque seguimos la saga de la genealogía feminista y eso nos hace fuertes, invencibles. Y ni tú ni nadie, ministro de las injusticias, vais a conseguir callarnos.

¿Quiénes somos nosotras? Nosotras somos las hijas, las nietas y bisnietas que vuestros antepasados, vuestros líderes ideológicos, vuestros mentores, durante más de 40 años asesinaron, violaron, obligaron a la ingesta de aceite de ricino, raparon las melenas, pasearon sucias para escarnio público, torturaron, apedrearon, robaron sus hijas e hijos, sus pertenencias, encarcelaron, callaron, apagaron el brillo de sus ojos. Ojos que hablan cuando ellas callan. Yo no callo. No callo porque se lo debo a sus ojos azules. Porque sigo mi senda y no me voy a volver a apartar ni un solo centímetro nunca. Jamás.

Primero lo intentaron con un gobierno que por dos años pretendió aniquilar los pilares sobre los que se sustentaba la tricolor. Pero Asturias primero, las municipales siguientes y las generales del 36 os pararon los pies. Elecciones donde las mujeres votaron codo con codo con los varones, masivamente y sin reparos a la Libertad, a la Sororidad, a la Fraternidad y a la Igualdad. Entonces prepararon la revancha fascista que sois incapaces de reprobar.

Porque el aborto en el Estado Español fue reconocido legalmente en diciembre de 1936 por un gobierno democráticamente elegido bajo una bandera democráticamente elegida. Mi bandera. Aborto libre, sin restricciones, durante las 12 primeras semanas.

¿Quiénes sois vosotros? ¿Quién eres tú, ministro de las injusticias? Tú eres el protegido de aquel ministro franquista que ocultó y consintió la tortura de varias hermanas, incluso llegando a frivolizar y restando importancia al asunto. Ahora, ese ministro que permitió la tortura, tiene bustos en lugares que deben ser la cuna de la democracia. Bustos pagados por tu partido, heredero legítimo de vuestros antepasados. Esos a los que rendís homenajes, a los que defendéis, a los que protegéis.

Esos a los que entierran con honores, que ocupan vastos campos al este de Madrid con crucecitas blancas en perfectas y simétricas hileras, que nombran calles, que tienen placas conmemorativas, que el Vaticano beatifica como mártires… Esa Iglesia Católica que paseó bajo palio al líder de vuestros antepasados. Esa Iglesia Católica que aprobó, auspició, defendió, delató e incluso ejecutó las torturas, los asesinatos, el silencio impuesto…, de nuestras bisabuelas, abuelas, madres. Hermanas.

Ahora no nos asombramos por vuestras palabras. No nos asombramos porque exijáis al ministro de las injusticias que prohíba el aborto en cualquier caso. No nos asombramos porque conocemos nuestra historia y sabemos que ya antes de que las mujeres arrancáramos nuestro derecho al voto por voz de esa compañera grandísima, amenazabais con revanchas si se os eliminaba una sola de vuestras prerrogativas. Y como se os quitaron todas, os teníais que vengar. Y os vengasteis. Y os queréis seguir vengando.

Y en tu partido, por supuesto, también hay mujeres que no aman a las mujeres. Que te aplauden, en el más bochornoso espectáculo de la indecencia. En la más aberrante ignominia. Mujeres que se atreven a decir que el asesinado Ministerio de Igualdad igual da, en un imbécil juego de palabras. Mujeres que se atreven a asegurar que las cuotas sólo van a dejar fuera a hombres con capacidad cuando precisamente las no cuotas sólo cierran las puertas a mujeres con capacidad por aquellas maravillas del privilegio masculino. Las becarias del patriarcado…

Pero mañana, aun con estas becarias en campo enemigo, es el día de las mujeres. No quiero menospreciar la historia de este día, cuando en 1910 una gran feminista alemana  propuso que se estableciera el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Siempre lo he defendido… Hasta ahora, que percibo a las mujeres como clase social. Hace más de cincuenta años una mujer que ni por asomo se sentía discriminada como mujer ni se llamaba feminista, comentó a su pareja la idea de escribir un libro sobre sus memorias. Su pareja, varón, contestó algo así como que si había pensado en que si hubiese nacido como él, varón, la abrían educado de manera totalmente distinta. No escribió sus memorias, sino el libro referencia del feminismo desde que se publicó, allá a mediados del siglo pasado.

Mañana todo el Estado gritará contra ti, por nosotras, nuestros cuerpos y nuestras decisiones. Y en Madrid, como hace tantos años seguirá viva la llama de aquellas que lucharon por que hoy estemos vivas. Hasta la victoria. No pasaréis. Madrid será la tumba del fascismo.

A mi abuela. A mi madre, como siempre. Y a todas las mujeres que me han ayudado a escribir estas palabras.





miércoles, 5 de marzo de 2014

Nena, últimamente no te cuidas


De un tiempo a esta parte no me cuido.


No me cuido porque no llevo una larguísima y cuidadísima melena.

No me cuido porque no me afeito las axilas ni las piernas. Ni el coño.

"Nena, que guarra eres y que sucia y cuanto pelo."

¿Y el bigote? Pues va a ser que tampoco me cuido.

No me cuido porque como cuando quiero, de manera sana porque es bueno comer sano, pero sin preocuparme por las tallas ni por las calorías.

No me cuido porque no me maquillo.

No me cuido porque no llevo sujetador.

No me cuido porque mi crema de cara no es una de esas con color que limpia, fija y da esplendor.

No me cuido porque salto y llevo zapatillas y sudo (créanme cuando digo que huelo mal) al salir por la noche.

No me cuido porque no voy zarandeando el culo al andar.

No me cuido porque he renunciado a los tacones.

No me cuido porque me siento con las piernas abiertas. "Marta, cierra las piernas."

No me cuido porque no intento disimular las arrugas que mis casi 36 años han ido sembrando por mi rostro.

No me cuido porque no utilizo cremas anticelulíticas.

No me cuido porque no voy al gimnasio a hacer ejercicios antipistolerasyanticulocaido.

No me cuido porque no río las gracias a ningún tío cuando habla. A veces, hasta me doy media vuelta y le dejo hablándose solo.

No me cuido porque no me compro ropa sexy ni sugerente.


Aunque... Esa manía del mundo de hablar de todo al revés...

Me cuido porque leo. Leo a mujeres y a varones que aman a las mujeres.

Me cuido porque visto cómoda.

Me cuido porque como sano sin neuras ni complejos. Y hago unos bollos riquísimos.

Me cuido porque sonrío cuando me miro al espejo. Y me encanta cómo brillan mis ojos.

Me cuido porque miro mis pelos y tan solo veo eso: pelos. Los míos, mis pelos.

Me cuido porque hablo con mujeres y no de varones o de nuestras relaciones con ellos. De nuestros proyectos, de nuestras vidas, de nuestras luchas, trabajos, el libro que estamos leyendo, si nos publican algún artículo, la oposición que se resiste, el maldito inglés, la colcha de ganchillo o ir en bici al curro.

Me cuido porque escribo.

Me cuido porque camino y camino y jamás me duelen los pies.

Me cuido porque me siento como quiero, y ando como quiero.

Me cuido porque mi celulitis es a mí como las plumas a los pájaros.

Me cuido porque las pistoleras y el culo caído son a mí como las escamas a los peces.

Me cuido porque sé que todo lo demás es ese "no cuidarse."

Me cuido porque hace tiempo que se fueron los demonios. Y me brillan los ojos.

Me cuido porque soy sincera.

Me cuido porque voy a la piscina con mi madre. Y nadamos. Y hablamos. El líquido que compartimos.